¿Podrá
AMLO Evitar la Maldición de Inicios de Sexenio en 2019?
“La
historia dice que habrá desaceleración”
Alfredo Coutiño
24 de Agosto, 2018
Lograr un crecimiento de 2.5% en el 2019 no es imposible,
pero representa un gran desafío frente a la realidad histórica mexicana.
Superar obstáculos estructurales e institucionales, así como inducir un cambio
en la racionalidad de las decisiones del sector privado representa un gran reto
para la administración de AMLO a fin de que la economía pueda escapar de la
tradicional desaceleración de inicios de sexenio.
Durante las últimas tres décadas la económía mexicana ha
logrado escapar una sola vez de la desaceleración del primer año de cada
gobierno. En 1989 cuando la llegada del presidente Salinas al poder generó un
cúmulo de expectativas positivas en torno a la agenda de cambios estructurales,
desregulación y reformas, lo cual se materializó en mayores volúmenes de
inversión productiva que le permitió a la economía crecer a una tasa alrededor
de 4%, más del doble de la registrada en 1988 que fue el último año del sexenio
anterior.
Desde el año 2000 el país ha logrado evitar las crisis de
fin de sexenio, pero desde 1995 la economía aún no ha logrado escapar de la maldición
de la desaceleración de inicios de sexenio. Esto se debe en gran medida a que
la llegada de un nuevo gobierno ha implicado tanto la introducción de ajustes
económicos para corregir desequilibrios acumulados como al retraso en el
ejercicio del presupuesto federal ante el cambio de equipo económico. Esto en
conjunto ha originado un menor dinamismo de la actividad económica al inicio de
cada uno de los cinco gobiernos anteriores (1995-2018).
En base a la realidad económica de los últimos treinta años,
podría anticiparse que en el 2019 la economía mexicana volverá a repetir su
historia al reportar la tradicional desaceleración del primer año de gobierno. Es
cierto que existen algunos elementos que podrían modificar ese patrón histórico
en el 2019, haciendo que la economía evite la pérdida de dinamismo, lo cual no
es imposible. Desafortunadamente, existe un mayor número de factores que
apuntan a que la economía podría no librarse de dicha maldición de inicios de
sexenio.
Entre los factores que podrían evitar la desaceleración está
la intención del nuevo gobierno de incrementar el gasto público, sobre todo
como resultado de la puesta en marcha de sus promesas de campaña en programas
sociales y algunos proyectos de inversión. Así como también existe la
posibilidad de que en el 2019 se genere toda una ola de optimismo parecido al
de 1989 y que se materialice en un crecimiento de la economía similar o mayor al
2% que se espera para 2018. Un tercer elemento es, aunque menos probable, que se
logre un nuevo TLCAN con un resultado extraordinario que produzca un
desbordamiento de inversiones hacia el país. Ello abriría espacio para una
acelerada relajación monetaria en la que la tasa de interés se desploma a la
mitad del nivel en que se encuentra ahora, cayendo a alrededor de 4% para
mediados del 2019. Así, la expansión monetaria se sincronizaría con el estímulo
fiscal. ¿Qué tan saludable es esta opción? Esta es una pregunta que deja serias
dudas, sobre todo considerando lo que sucedió al final del sexenio salinista con
el famoso “error de diciembre” y que desató la profunda crisis de finales de
1994.
En la lista de factores que refuerzan la probabilidad de
repetir la historia desaceleratoria están los siguientes. Por un lado están factores
de orden institucional que permanecen vigentes. Primero, la economía se
encuentra ya en desaceleración desde la segunda mitad de 2018 ante la decisión
del gobierno saliente de cerrar la llave del presupuesto federal desde el mes
de agosto, lo cual dejará a la economía con un menor dinamismo para el cierre
del año. Segundo, el tradicional rezago en el ejercicio del presupuesto que
deriva de la llegada de un nuevo equipo económico, y en donde los trámites de
autorización toman más tiempo de lo normal dado el retraso en conseguir a los
remplazos de funcionarios que por ley tienen que renunciar al final del sexenio.
Tercero, la curva de aprendizaje de los nuevos funcionarios tiene un costo en
tiempo. Cuarto, existe un rezago en las decisiones de inversión y operación de
empresas privadas que dependen altamente del ejercicio del presupuesto. Quinto,
en esta occasion, el nuevo gobierno ha planteado una reducción importante del
número de burócratas, lo cual ocasionará presiones en el desempleo.
Por otro lado están factores propios de la racionalidad del
sector privado. Primero, algunas decisiones de inversión se cancelaron o
pospusieron desde mediados del 2017 ante la incertidumbre en torno a las
negociaciones del TLCAN. Segundo, otras decisiones de inversión privada
entraron en compás de espera durante la primera mitad del 2018 ante la
incertidumbre sobre los resultados de las elecciones de julio, sobre todo la
presidencial. Tercero, a pesar de que los mercados no se han dislocado ante el
triunfo de AMLO y que algunos empresarios han empezado a mostrar una apariencia
lopezobradorista, las inversiones aún se encuentran a la espera de las primeras
acciones del nuevo gobierno, las cuales mantendrán un comportamiento
precautorio incluso durante la primera mitad del 2019.
Existe un elemento más a considerar y que podría jugar poco
para evitar la desaceleración. El estímulo fiscal propuesto por el nuevo gobierno
se daría más por el lado del gasto en consumo a traves de los apoyos sociales.
El riesgo está en que la presión de demanda generada por el gasto público
podría acomodarse más rápidamente en precios e importaciones antes que en
producción nacional, dada la baja respuesta del aparato productivo y el grado
de apertura de la economía a las importaciones. Ante esto, el impulso fiscal
podría resultar insuficiente para elevar el crecimiento y evitar la
desaceleración.
Es importante reconocer que AMLO se propone lograr un mayor
crecimiento económico durante su administración y que es uno de los pilares
fundamentales de su programa, dado que el crecimiento mediocre se ha convertido
en un problema crónico en los últimos dieciocho años. Su propuesta no solo es
loable sino esencial para empezar a devolver a los mexicanos parte del bienestar
perdido. Sin embargo, las metas deben ser realistas y alcanzables de manera
saludable. En este sentido, acelerar la economía a través de políticas
expansivas no es precisamente una manera sana y sostenible de generar bienestar
social. Plantear una meta de crecimiento promedio de 4% implica un esfuerzo
importante de inversión productiva que supera en mucho el comportamiento de la
inversión en las últimas tres décadas. Así, crecer 4% en promedio implica
cambiar radicalmente el comportamiento de la inversión privada desde el 2019 y
por el resto del sexenio.
Ojalá y López Obrador pueda alcanzar o incluso superar sus
metas económicas a través de políticas saludables. No existe evidencia de que
algún país haya logrado sobresalir sin haber abierto las puertas a la inversión
privada y sobre todo caminar de la mano con el sector empresarial. Tres de los más
recientes intentos en donde el gobierno pretendió salir por si solo o incluso teniendo
en contra al sector privado (Argentina, Brasil y Chile) terminaron con una
economía en recesión o bien en desaceleración y estancamiento.
Así, por el bien de todos los mexicanos, más vale paso que
dure y no trote que canse. Más vale fortalecer las fuentes fundamentales del
crecimiento permanente en lugar de intentar generar bienestar transitorio e
insostenible a través de políticas expansivas.
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